Policarbonato Celular
Policarbonato celular - Del laboratorio al museo.
El Policarbonato se creó en 1928, pero no fue hasta finales de la década de los 50 cuando se desarrollaron los procesos de producción. El material tardó en colocarse en el mercado, pero gracias a sus muchas y ventajosas propiedades se afianzó en él durante los años 80.
Su alta resistencia al impacto, del orden de 200 veces mayor a la del vidrio, es la propiedad más destacada y la que permite que se produzca en láminas alveolares, también conocidas como celulares, con paredes de espesor reducido y consecuentemente con costo relativamente bajo.
El policarbonato celular, de apariencia transparente y translúcida, es un termoplástico muy versátil, es un producto térmico, ligero y manejable. Utilizado recurrentemente para crear techos y cubiertas de edificios más luminosos y cálidos o soluciones de interiorismo de gran éxito en la actualidad.
Hace ya casi un siglo los químicos de los laboratorios de Bayer y G.E. quizá pensaron que el material que acababan de producir triunfaría en sectores como el acristalamiento y la construcción, es posible que imaginaran su utilización en el interiorismo, pero difícilmente llegarían a imaginarse que ese nuevo material pudiera entrar un día en los museos convertido en obra de arte.

Aunque los primeros plásticos sintéticos aparecieron en la primera mitad del siglo XX, fue en la segunda mitad cuando experimentaron un desarrollo y expansión a mayor ritmo. Estos materiales, de gran utilidad en la era industrializada, fueron aprovechados por artistas en innumerables obras.
En el presente una artista que trabaja recurrentemente con materiales plásticos y en especial con el Policarbonato Celular es la madrileña Maria Aranguren.

La obra de María Aranguren se enmarca dentro de la abstracción. Los elementos sustanciales que maneja son: la composición, el color, la presencia de luz, la geometría y el azar.
Investiga en el campo plástico de los colores, pigmentos, formas, transparencias, veladuras y brillos, ahondando en el propio hecho de pintar. Con un aparentemente, mínimo repertorio de elementos visuales logra transmitir un máximo de intensidad visual, procediendo con contención al trabajar analíticamente ensayando con cautela las posibilidades que desarrolla a través de series de obras.
Desde hace más de diez años ha centrado su trabajo en investigar las posibilidades de expresión plástica del policarbonato celular. La retícula implícita de este material sirve de apoyo compositivo a la vez que ofrece la oportunidad de introducir la ilusión y la imaginación, aportando a la obra una gran riqueza formal.

Las placas de policarbonato celular que utiliza la artista para la mayoría de su obra, y que la caracteriza, se conforman por sucesiones de retículas huecas que Aranguren utiliza para alojar pintura u otros materiales, que discurren a lo largo de las placas y encuentran su lugar en el interior. Su carácter de contenedor transforma hasta cierto punto al soporte en espacio, un espacio que genera una inaccesibilidad a la pintura, a lo contenido. Con ello, cuando nos enfrentamos a una de estas piezas, asistimos a un sutil diálogo entre la imagen y lo espacial, donde los fragmentos lineales, los vacíos y las capas yuxtapuestas, saben convertirse en campos de color repletos de emoción y vitalidad.
Abordar estas piezas desde el orden que ofrece el soporte, permite dar rienda suelta a la exploración, el azar y el juego. Las imágenes que resultan de ello resuenan con una potencia visual inmediata. El ejercicio de la intuición marca el hacer de la artista, que denota el anhelo de un equilibrio entre el estado caótico y el orden de las cosas como una de sus preocupaciones fundamentales.

Aranguren se sitúa en un campo de trabajo donde la pintura es ineludible, pero desde lenguajes, procesos y formas que dan como resultado obras donde lo tridimensional y lo corporal adquieren una importancia decisiva, desplazando la linde de lo pictórico y generando intensas relaciones entre las nociones de lo físico y lo intangible.
